Mi padre era el mejor jugador de trompo del mundo. Era un hábil constructor de barriletes
y gran maestro: me enseñó a leer y a escribir usando como pizarrón la parte trasera de
una vieja puerta de madera, que complementaba nuestra endeble casa hecha de
desechos de ese mismo material. Tenía una sonrisa llana que poco le importaba cualquier
código de etiqueta, de “buenos modales”. Y así como estruendosa era su alegría, también
tenía un hablar suave y lleno de sabiduría, merced a su avidez de lectura autodidacta.
A los espacios a donde lo acompañé en infinidad de ocasiones, invariablemente lo
rodeaban personas de todo tipo para escucharlo, pero especialmente para ser
escuchados. Era un gran maestro para oír y generar empatía inmediata. Era una persona
simple en su vestir. Tenía un par de zapatos negros, de suela esponjosa, pues caminaba
mucho; dos suéteres, un solo cincho (gastado y viejo) y no más allá de cinco camisas e
igual cantidad de pantalones, en estado aceptable, digamos. Su voz, sin embargo, era
potente y vital, como el volcán Hunahpú. Era un gran orador y declamador. La primera vez
que lo vi hacerlo, no podía creer el poder de su palabra hablada, al darle vida a “Vámonos
Patria a Caminar” de Otto René Castillo. Tenía un temperamento del demonio y su
catarsis era barrer nuestra pequeña y vetusta casa de piso de tierra.
Gustaba de “1812” de Tchaikovsky y el “Concierto de Aranjuez”, que escuchaba como
una banda sin fin en un viejo tocadiscos de acetatos, que era nuestro único contacto con
la tecnología, pues no teníamos televisión. Así como sus manos virtuosas producían
trompos y barriletes para un servidor en la intimidad kaqchikel de padre a hijo, también se
dio a la tarea de crear para el mundo. En sus manos, estimado lector, tiene una muestra
extensa de aquel que fue el mejor trompero y barriletero del mundo, y que también era
poeta. Seguro que en su lectura podrá sentir el zumbido del trompo y su aguda punta que,
espero, penetre sus entrañas, pero también podrá volar como barrilete plagado de colores
infinitos; sus dedos se mancharán de azul cuando cambie de página.
Luis Ixbalanqué De León
Guatemala
Noviembre de 2019